1. La primera cuestión es, por supuesto, hasta qué punto tiene
sentido una economía “feminista”. Y la respuesta es que en la medida en que los
roles y posicionamientos de hombres y mujeres ante la actividad económica estén
suficientemente diferenciados. Y, por otro lado, que, como consecuencia de esta
diferenciación de roles, la posición real de las mujeres ante la actividad económica
esté siendo desproporcionadamente olvidada o desatendida.
2. La verdad es que ésta ha sido exactamente la realidad de nuestra
actividad económica y de nuestra ciencia económica. La familia ha sido la
unidad productiva tradicional, asentada en una clara –aunque nunca total-
división del trabajo entre hombre y mujer, en la que el hombre asumía la
responsabilidad principal de las actividades directamente productivas y la mujer
la responsabilidad del trabajo doméstico.
3. Esta división del trabajo no fue bien aceptada por el capitalismo.
Para los nuevos empresarios, ese esquema familiar tradicional era un derroche
de mano de obra que podía ser una extraordinaria fuente complementaria de
beneficios para las empresas, siempre sedientas de mano de obra barata. Esto
generó a todo lo largo del siglo XIX una continua tensión entre empresarios por
un lado y trabajadores y sindicatos por el otro, en el que los empresarios
intentaban a toda costa incorporar a sus fábricas a mujeres y niños, en
trabajos de gran esfuerzo físico y horarios interminables. El trabajo de las
mujeres en las fábricas tendía a ser considerado como un abuso empresarial. Trabajadores
y sindicatos se esforzaban en impedir que los empresarios sometieran a las
mujeres a estas condiciones abusivas.
4. Esta realidad objetiva fue cambiando sustancialmente a lo largo
del siglo XX. Los trabajos que no requerían esfuerzo físico significativo
fueron extendiéndose por todo el tejido productivo. Y esto hizo posible –y lógica-
la incorporación masiva de las mujeres al trabajo asalariado.
5. El gran desastre histórico tanto para las mujeres como para
Occidente en su conjunto ha sido que esta incorporación masiva de las mujeres
al mercado de trabajo no se ha producido a través de un reparto del trabajo
existente, sino añadiendo una jornada completa a la carga de trabajo de la
unidad familiar.
6. Esto sucedió porque el objetivo de la incorporación masiva de la
mujer al mercado de trabajo no fue la emancipación de la mujer como se nos
dice, sino, al contrario, la utilización de la mujer para incrementar de forma
masiva la mano de obra barata a disposición de las empresas (como lo será
posteriormente la incorporación masiva de mano de obra extranjera por supuestas
razones “solidarias”). Si el objetivo hubiese sido la emancipación femenina, el
resultado hubiese sido claro: media jornada de trabajo para hombre y mujer
respectivamente y reparto de las cargas domésticas.
7. Al contrario, el proceso se convirtió en una gigantesca operación
de sobre-explotación de las mujeres. Al obligarlas a sumar una jornada laboral
completa a las cargas domésticas, se las ha sometido a semanas de trabajo de
80, 90 y 100 horas. Una realidad que la
izquierda posmoderna y el feminismo reaccionario actual –ambos al servicio de
intereses corporativos oligárquicos- se ocupan cuidadosamente de ocultar.
8. Desde un punto de vista analítico, este bárbaro proceso fue
facilitado por una ciencia económica para la cual el trabajo, por muy
productivo que sea, no se tiene en cuenta si no se compra y se vende. Esto
permitió simplemente ignorar la existencia y trascendencia del trabajo doméstico.
A las mujeres se les pedía ahora trabajar 40/45 horas semanales en el mercado …
dando por supuesto que el trabajo doméstico … se haría. El que este proceso
haya sido paralelo al hundimiento demográfico europeo era prácticamente
inevitable.
9. La economía feminista es imprescindible, en este sentido, para
exponer cómo las consecuencias de que la incorporación de la mujer al mercado
de trabajo haya sido gestionada en base a intereses corporativos y no en base a
los intereses de las propias mujeres han sido nefastas. El hundimiento demográfico
europeo por un lado y la sobre-explotación masiva de cientos de millones de
mujeres durante generaciones han quedado ocultas por una ciencia económica y un
movimiento supuestamente feminista al servicio permanente de los intereses
corporativos.
10. El gran misterio de la economía feminista es precisamente la
realidad del olvido de la misma por parte de los mismos sectores que se
autoproclaman “feministas”: la izquierda corporativa dominante en Europa y los
movimientos del actual feminismo reaccionario. Intentar articular la defensa de
los derechos de la mujer en base a una inagotable palabrería a la vez que se
esconde cuidadosamente el 99 por ciento del problema nos revela hasta qué punto
estos movimientos están, en realidad, al servicio de los intereses
corporativos.