1. Hace unos años, en el marco mediático de la que iba a ser la “Cuarta
Revolución Industrial / Industria 4.0” se debatía intensamente en los medios
sobre el impacto de la prevista automatización industrial sobre la pérdida de
empleo, la amenaza del desempleo masivo derivada de estos procesos, e incluso
se especulaba con un futuro de fábricas “sin trabajadores” que iba a ser
generado por este proceso acelerado de automatización.
2. Evidentemente, como era esperable, nada de esto ha sucedido. Nuestros
empresarios prefieren invertir en cafeterías o en subcontratas donde puedan
explotar mano de obra barata. Pero sobre esto hablaremos en otro momento.
3. El concepto de “fábricas sin trabajadores” tiene un gran interés
teórico para visualizar el impacto del avance tecnológico en la esencia de
nuestras formas de empresa.
4. La reducción del número de trabajadores de la empresa es, en
principio, un instrumento de ahorro de gastos y, por lo tanto, una forma de
incrementar los beneficios empresariales para las primeras empresas que ponen
en marcha este tipo de medidas. Pero las restantes empresas pueden simplemente
verse obligadas a adaptarse al avance de la automatización no para aumentar su
cifra de beneficios sino para evitar su disminución, su marginación o su
expulsión del mercado.
5. De esta forma, las empresas punteras, una vez agotados los
beneficios extraordinarios conseguidos con un avance tecnológico, pueden volver
a iniciar otro proceso de automatización que les permita generar nuevos
beneficios durante otro período. En cada uno de estos procesos aumenta se
reduce el número de trabajadores, aumenta la intensidad de capital y, lógicamente,
la productividad del trabajo.
6. Pero la cuestión es qué sucedería si este proceso nos lleva a un
nivel de automatización en el que, en un determinado sector de actividad, los
trabajadores ya no son necesarios. Como siempre, podemos pensar que las primeras
empresas que abordaran este proceso de automatización se beneficiarían de
menores costes que la competencia y, por lo tanto, de mayores beneficios.
7. Sin embargo, una vez que el sector de actividad se ha instalado en
una dinámica habitual de automatización total, nos encontramos ante la
evidencia de una contradicción de fondo de un gran interés conceptual. Por un
lado, estas fábricas o empresas tendrían un nivel altísimo de capacidad de
generación de riqueza. Sin embargo, surgen serias dudas de fondo sobre su lógica
empresarial.
8. La cuestión básica a
plantearse sería la de hasta qué punto el mercado estaría dispuesto a pagar por
los productos y servicios elaborados por estas empresas un precio suficiente
para rentabilizar la actividad. Porque, en el fondo, no se percibe claramente
cuál sería el valor añadido generado por las mismas.
9. El mercado estaría lógicamente dispuesto a pagar los productos y
servicios de estas empresas al menos el precio pagado por los locales,
maquinaria, materias primas o suministros. Pero la cuestión es si el mercado
estaría dispuesto a retribuir la actividad de estas empresas algo más en
concepto de valor añadido creado. Y si esa retribución/precio complementario
sería suficiente para rentabilizar las inversiones en estas empresas.
10. Por supuesto, depende también
de cómo definamos el concepto de “empresas sin trabajadores”. En sentido
conceptual, tendríamos que entender como tal a empresas en las que el inversor
fuese un inversor meramente capitalista, en las que ni siquiera fuese necesaria
la función de dirección. La cuestión es si el mercado reconocería en estas empresas
algún “valor añadido” que pudiera ser retribuido.
11. Caben dos respuestas. La
primera sería pensar que sí, que el mercado retribuiría, junto a los costes, un
precio añadido suficiente para rentabilizar la inversión, sencillamente por el
hecho de que, de no hacerlo, estos productos no se fabricarían.
12. Por el contrario, otros
entienden que, al contrario, el mercado no retribuiría valor añadido alguno en
estas empresas, precisamente porque valor añadido es “el valor que la empresa
crea” a través de su propia actividad, añadiéndolo a los productos y máquinas
que ha adquirido o utilizado. Se supone que en estas empresas todo lo hacen las
máquinas o el software adquiridos y que, por lo tanto, lo que estas máquinas
hacen por sí mismas es precio de coste, no valor añadido por la propia empresa.
Si no hay actividad en la empresa, no hay valor añadido.
13. La respuesta que demos a
esta hipótesis tiene, como hemos dicho, un gran interés. Nos puede referenciar
el horizonte hacia el cual puede o no avanzar el incentivo inversor. Y nos
puede explicar distintos procesos que estamos viviendo ya en nuestro entorno.