1. Recordemos que estamos analizando el supuesto de “empresas sin
trabajadores asalariados”, no el de “empresas sin aportación de trabajo”. Entendemos
que la falta de trabajadores asalariados no evitaría la necesidad de contar al
menos con el esfuerzo del inversor/empresario, a efectos de la selección, materialización
y administración de la inversión. En rigor, nos encontramos ante un gestor de
la empresa como aportante de trabajo y unas aportaciones de capital
desproporcionadamente altas.
2. Suponiendo su viabilidad teórica desde un punto de vista de la
evolución tecnológica, la cuestión es cómo podrían existir, desarrollarse y
reproducirse estas empresas social y económicamente.
3. Evidentemente, damos por supuesto también que, de una u otra
forma, existe un mercado con capacidad de adquirir productos y servicios
producidos y vendidos por estas empresas. Suponemos que a medida que la evolución
tecnológica reduce la necesidad de trabajo, la carga laboral se va
distribuyendo entre los ciudadanos en base a la reducción continuada del tiempo
de trabajo. Una vez alcanzado el supuesto teórico de las fábricas sin
trabajadores, los ciudadanos serían o bien trabajadores de otras empresas o
bien ciudadanos exentos de trabajar con ingresos garantizados, por ejemplo, a
través de los impuestos.
4. La primera cuestión es quién invertiría capital y esfuerzo para
poner en marcha estas empresas. Recordemos que estas “fábricas sin trabajadores”
apenas generarían valor añadido, aunque puedan recibir valor trasladado de
otras empresas o destinos.
5. El impacto de esta traslación de valor sería inicialmente “rentabilizado”
en la medida en que implique un avance productivo o tecnológico con respecto a
otras empresas. Pero no lo sería si se extiende al conjunto del sector o del
tejido productivo. Si el mercado interpreta que en un determinado sector no se
genera valor añadido, no pagará por el mismo.
6. De esta forma, con las lógicas variaciones entre las empresas
tecnológicamente “punteras” y las “seguidoras”, la tendencia inevitable sería
la de avanzar, en el conjunto de los sectores “sin trabajadores” hacia valor
añadido neto y rentabilidad cercanos a cero.
7. A lo largo de la evolución de la actual economía de mercado, es
también habitual que las empresas punteras obtengan beneficios extraordinarios
de los avances que consiguen en reducciones de precios, o mejoras de calidad o
prestaciones. El mercado retribuye los productos y servicios en base al valor
añadido habitual en el sector y las empresas con menores costes o más capacidad
de generar ingresos consiguen beneficios superiores. La diferencia radica en
que el valor añadido habitual del sector en las empresas sin trabajadores sería
cercano a cero.
8. Todo esto parece colocarnos en un contexto imposible de alcanzar
por inversores capitalistas. La rentabilidad cercana a cero sacaría del mercado
a los inversores una vez que la intensidad de capital alcanza un determinado
nivel y mucho antes de que se llegue al horizonte teórico de las “empresas sin
trabajadores”. La caída progresiva de la inversión llevaría a estos sectores de
actividad o bien a un creciente colapso o bien a una sustitución progresiva por
inversión pública o cooperativa. Por supuesto, la inversión cooperativa sería
inviable sin trabajadores asalariados, aunque sí lo sería en una fase previa de
“microempresas” con unos pocos trabajadores con una altísima productividad y
también una muy alta intensidad de capital.
9. En esta teórica fase final del capitalismo podemos pensar en la
necesidad de una implicación progresiva del capital público, ya sea de forma
exclusiva o a través de la colaboración público-privada con inversores capitalistas
o cooperativos.
10. No obstante, la lógica de la colaboración público-privada en estos
casos es también discutible. El mero hecho de compartir la inversión, que ayuda
a dispersar riesgos, no aumenta la tasa de rentabilidad del capital y, por lo
tanto, no resolvería los problemas estructurales de la escasa generación de
valor añadido. La colaboración debería entonces basarse en la transferencia de
resultados, aumentando a través de ayudas públicas la tasa de rentabilidad del
inversor privado.
11. Recordemos, de todas formas, que, por muy interesante que resulte,
el modelo de referencia de las “fábricas sin trabajadores” es sólo un modelo teórico
que nos señala, eso sí, el previsible horizonte “histórico” resultado del
constante incremento de la productividad del trabajo y de la intensidad de
capital.