1.
El caso de Bielorrusia
es ciertamente sorprendente. Sorprende, en buena parte, por lo desconocido que
ha sido hasta ahora. 30 años después de la caída del comunismo, nos enteramos
de pronto de que existe un país europeo con 10 millones de habitantes que
mantiene un sistema económico mayoritariamente apoyado en la empresa pública
(entre un 70% y un 80% del tejido empresarial), con niveles de crecimiento
“aceptables” y tasas de desempleo sistemáticamente cercanas al 0%.
2.
Hay muchas
cosas que analizar y debatir sobre Bielorrusia, su sistema socioeconómico y su
sistema político. Pero hay algo que llama poderosamente la atención no tanto en
la propia Bielorrusia como en nuestro propio posicionamiento frente a la
realidad de este país.
3.
Lo que
resulta especialmente sorprendente es el permanente silencio de nuestra izquierda
política frente a la realidad socioeconómica de Bielorrusia. Sorprende
tremendamente el sistemático apoyo de la misma a los gobiernos de Cuba o de
Venezuela mientras que permanecen en la más absoluta indiferencia frente a una
realidad de un país claramente más “socialista” que, por ejemplo, Venezuela. Y
que, además, se trata de un país europeo con una estructura económica
industrial y avanzada, claramente más comparable a la nuestra.
4.
En teoría,
debería suceder todo lo contrario. Nuestra izquierda debería estar entusiasmada
por la experiencia de Bielorrusia. Una experiencia que parece demostrar la
viabilidad de un modelo netamente socialista en una economía industrial europea
en pleno siglo XXI.
5.
Evidentemente,
es lógico que los sectores políticos de derecha o centro directamente ligados a
los intereses de las grandes empresas asuman una posición claramente crítica
frente a Bielorrusia. Pero lo sorprendente es el permanente silencio –y la
hostilidad de los últimos meses- frente al modelo bielorruso del conjunto de
nuestra izquierda.
6.
Lamentablemente,
la explicación puede ser bastante clara y evidente. En síntesis, parece responder
a la realidad de que, durante las últimas décadas, nuestra izquierda se ha visto
obligada a someterse de forma progresiva a lo que podríamos denominar como
“neoliberalismo de izquierda”, plenamente integrado de hecho en el sistema del
globalismo neoliberal.
7.
Alabar y
defender a Cuba y Venezuela ayuda a mantener esa imagen de “izquierda” a la vez
que no compromete a absolutamente nada. Al tratarse de Latinoamérica, damos por
supuesto que se trata de contextos socioeconómicos radicalmente distintos al
nuestro y nadie reprocha a nuestros grupos de izquierda que apoyen tan
claramente a Cuba o Venezuela sin hacer el más mínimo intento de aplicar en
nuestro territorio ideas o políticas aplicadas en esos países.
8.
Defender el
modelo de Bielorrusia haría surgir inmediatamente importantes contradicciones.
Sería muy difícil explicar por qué, de hecho, se aceptan los modelos
neoliberales en lugar de impulsar estrategias alternativas basadas en modelos
de éxito en la propia Europa. La aparente imposibilidad de modelos alternativos
hace posible ser “de izquierda” a la vez que se acepta necesariamente de hecho el
contexto socioeconómico neoliberal. Para nuestra izquierda, Bielorrusia no es sólo,
por lo tanto, una interesantísima referencia estratégica, sino también una
realidad conceptualmente incómoda.
9.
Lo que ocurre es que, de hecho, con este tipo
de posicionamientos, nuestra izquierda política puede correr el riesgo de dejar
de serlo. Sus valores, sus propuestas y sus estrategias corren el riesgo de
quedar claramente ubicadas sin necesidad en el contexto del neoliberalismo
globalista. Esto podría arrastrar a nuestra izquierda a intentar a toda costa
diferenciarse como sea de “la derecha” en base a las campañas mediáticas que
sistemáticamente les organiza el propio sistema. O a aparentar diferenciarse en
base a meras palabras de apoyo a países como Cuba o Venezuela.