1.
Los partidos
políticos son un pilar fundamental de la articulación institucional de la
sociedad democrática. De ahí se deduce también la trascendencia que su
configuración y evolución tienen para el desarrollo social y económico. En último
término, sin partidos políticos clara y profundamente enraizados en la
sociedad, la estructura democrática tiende a diluirse progresivamente.
2.
Sin embargo,
la experiencia histórica –y, muy en particular, la de las últimas décadas- nos revela
una constante y preocupante tendencia de los partidos políticos a desenraizarse
y burocratizarse.
3.
Hay distintos
factores que confluyen a favor de este proceso de burocratización. Algunos de
carácter interno y otros de carácter externo a los propios partidos políticos.
4.
En todo tipo
de organizaciones complejas se genera una tendencia a la disociación de
perspectivas entre la base y la dirección. Como consecuencia de su mayor
dedicación al análisis y gestión de los retos y problemas del partido, la
dirección dispone de información y criterio claramente superiores a los de los
afiliados y militantes de base. Por ello y por la lógica expansiva de todos los
núcleos organizativos, la dirección tiende a acumular poder y a limitar la
capacidad de supervisión y control de la base.
5.
Por supuesto,
un cierto nivel de concentración de poder es necesario y conveniente para el
funcionamiento efectivo de los partidos. Sin embargo, los límites de esta
concentración radican en el reconocimiento de que el poder efectivo radica, en última
instancia, en la base de afiliados o militantes. Esto no siempre es algo
admitido por las direcciones que, en su natural tendencia expansiva, pueden
tender a minusvalorar la importancia o la necesidad de los mecanismos de
supervisión y control.
6.
Esta dialéctica
entre dirección y bases es natural, se produce en todo tipo de organizaciones y
tiende a resolverse por sí misma en cuanto que un excesivo “asamblearismo”
conduce a la ineficiencia y una excesiva burocratización tiende a generar menos
afiliados y menos disposición de éstos para financiar la estructura del
partido. Mantener viva la base de afiliados es, lógicamente, un objetivo
ineludible para la propia dirección.
7.
Los problemas
estructurales de mayor calado de la tentación burocrática son de origen
externo. En la medida en que el partido dispone de recursos significativos
provenientes de fuentes distintas de los afiliados, la base del partido empieza
a perder peso real y el proceso de burocratización puede hacerse estructural y
difícilmente reversible.
8.
Los partidos
pueden disponer de importantes fuentes de financiación provenientes de empresas
o de los organismos públicos, en base a la regulación electoral. A partir del
momento en el que estos recursos empiezan a hacerse significativos, la
perspectiva de la dirección del partido cambia. Y el peso estratégico de la
base de afiliados decrece en forma inversamente proporcional al incremento de
los recursos externos.
9.
Las aportaciones
empresariales han sido siempre fundamentales en los partidos de cuadros,
ligados casi siempre, ya en origen a intereses corporativos. Pero también lo
han sido históricamente en partidos de masas como los fascistas y también –con frecuencia-
en partidos “interclasistas” de carácter religioso o nacionalista.
10. Durante las últimas décadas, las aportaciones empresariales,
fundamentalmente las bancarias, han pasado a destinarse a partidos de todas las
ideologías de izquierda, derecha o centro. Y, por otro lado, la financiación pública
afecta, en países como el nuestro, a todo tipo de partidos.
11. Evidentemente, las
consecuencias político-ideológicas de la financiación de los partidos con cargo
a aportaciones empresariales o bancarias o con cargo a presupuestos públicos no
son iguales. Pero sí lo son, en buena medida, desde la perspectiva de su
impacto en la burocratización de los partidos políticos. Todas ellas tienen
como efecto directo la reducción del poder de hecho de las bases del partido y
la inevitable tendencia de las direcciones hacia la burocratización.